La luz nos permite ver el color. El color es fugaz, cambiante, y la velocidad al pintar nos permite verlo con toda su exclusividad. Cada día, cada hora, cada momento, hace que el color se transforme. No hay dos momentos iguales ni dos días iguales, por eso el paisaje requiere un aprendizaje a través de la nota de color y los apuntes rápidos. Pintar al aire libre requiere una cierta pasión y enamoramiento con lo que llega a nuestros ojos. Frente al mar, los cambios cromáticos son aún más evidentes debido a su constante movimiento. A pesar de todo, como diría Sorolla, nunca llegaremos a captar todo lo que vemos, ¡con su maravillosa armonía!
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